Soy nuevo en la escuela. Me acompaña la directora hasta mi salón. Me abre la puerta para que entre yo. Mis ojos al piso, siento las miraadas. Me calientan. Todos me ven. Ciego estoy al hecho de que las miradas no están en mí, sino en la pantalla de televisión, en un cuarto oscuro donde todos ven una película comercial.
Así es para los nuevos cuando son nuevos. Entran a lo desconocido. Y qué va, ellos son desconocidos al igual.
Bien sería si las miradas estuvieran en mí. Ni siquiera me voltearon a ver. Ni cuando la maestra me mencionó, ni cuando acabó la clase, ni la siguiente mañana, ni el siguiente mes. Desconocido era, desconocido soy, y desconocido seré, como pintan las cosas.
Qué difícil es el arte de conectarse con alguien más. A mí me da miedo acercarme y ellos no muestran ningún interés por hacerlo. Si uno no mueve un dedo, el otro pasa desapercibido. ¡Véme! ¡Me llamo Roberto! ¡Ríos Orozco! Quiero decirte que a mí también me gustan los Beatles, que yo también leo Harry Potter…yo también me atraganto con pizzas. Si tan solo te interesaras por mí, si tan solo me dejarías convencerte de que… tu y yo podemos ser amigos.
Llegué temprano, como nunca. Compartimos este salón, todos los días en las mañanas.
Entra. Yo estoy sentado en el asiento contiguo (primera estrategia).
Se sienta. Por favor que se le caiga un lápiz o algo. Que me voltee a ver. Hola, le digo. Me sonríe sin decir más. Sonrío de regreso.
Estamos en recreo. La fila es larga para pagar en la caja, llevo 7 minutos ahí y no le veo mucho futuro…nimodo. Ella se acerca, mi desconocida. Acércate más, eso. ¡Oye! Ven, ¿no quieres comprar algo? Tengo un lugar para ti. Me sonríe y se aleja. Primer rechazo, Roberto, vas bien.
Acaba el día, todos se avalanchan a sus autobuses, ansiosos por regresar con sus mamis y papis…o con sus xbox. La veo con sus amigas. Yo estoy solo, claro. Desde mi asiento, a través de mi ventana, observo. Que me mire, que me mire. Me paro en mi asiento, que bueno que mi miss de camión se bajó. Me muevo, me muevo, lócamente. Atiéndeme, niña, ¡mírame ya! Volteó. Me siento, nervioso. La veo, me sonríe.
Así me hubiera gustado que fuese, mi primera conquista. Uno debe saber persuadir para poder venderse. Convencer a la niña que uno es el mejor postor. Que uno tiene lo que necesita. Que los otros no importan si estás tu. Muchos se quedan en el primer paso, que es llamar su atención. Lo difícil es realmente venderse, y, darle la seguridad a la conquista de que estar contigo es un premio, no al revés.
«El amor no debe pedir – continuó -, ni exigir tampoco. Ha de tener la fuerza de llegar en sí mismo a la certesza, y entonces atrae ya en lugar de ser atraído. Sinclari, su amor es ahora atraído por mí. Cuando llegue a atraerme, entonces acudiré. No quiero ser un regalo, quiero ser ganada» (Demian, de Hermann Hesse, pág. 196)
Roberto Ríos Orozco (: